Venezuela: Memorias de un camino: Elecciones Venezuela 2012

Por Diego Echeverría

El pasado 7 de octubre el mundo fue testigo de una jornada histórica que vivió Venezuela, donde el pueblo decidiría los destinos de su país para los próximos seis años. Tanta atención y emoción radique tal vez en que no solo era una elección con consecuencias para el pueblo venezolano, sino también por ser ese gobierno un modelo y sustento –ideológico y económico- de otros de la región.

Dos visiones claramente definidas midieron fuerza electoral. La del chavismo, que apuntaba a más y peor de lo mismo; y la de la oposición, o mejor dicho la alternativa –como acertadamente prefieren decir algunos de sus principales actores- que optaba por un cambio de rumbo después de 14 años de un modelo que ha probado que fracasó. No es novedad, que se impuso la primera opción a través del pronunciamiento de las urnas.

El ideal de unas elecciones, como acto supremo del pueblo soberano, implica que sean libres, justas, competitivas y transparentes.

Primero nos gustaría analizar la campaña electoral y situación social y política que percibimos viendo de primera mano y en el lugar de los hechos ese momento tan especial que se vivió, para después hacer algunas disquisiciones de esos cuatro requisitos que enumeramos y explicar por qué creemos que aún queda camino por recorrer. Decía Ortega y Gasset que el hombre es él y su circunstancia, y por ello hay que entender la segunda para comprender al primero.

El clima electoral fue de tensión, de incertidumbre, de ansiedad y hasta de temor. Todo esto en el marco de una Venezuela partida en dos, donde la polarización y la confrontación alimentadas por el propio Hugo Chávez eran los signos típicos. Decir que quien “no es chavista, no es venezolano” como dijo el presidente bolivariano es tan inaceptable como triste, pero pinta de cuerpo entero una personalidad que trasladó a la campaña electoral.

Efectivamente el temor a “listas negras”, donde quienes firmaron en contra del gobierno en algún referéndum sufren consecuencias como la imposibilidad de contratar con el Estado, o dificultades para acceder al pasaporte, es algo que está instalado en parte de la ciudadanía que no comulga con las ideas y acciones del actual gobierno.

Pero el miedo no solo se traduce en aspectos como el que mencionábamos recién, sino que queda clara y expresamente plasmado en la propaganda política del chavismo, que siembra el temor de que si ganaba Henrique Capriles les sacaría los medicamentos, la comida y la educación (para que no quedaran dudas del mensaje la propaganda era literalmente una mano que arrebataba un plato de comida o una medicación, sin lugar para muchas metáforas).

Pero la batalla mediática fue tal vez uno de los factores de desigualdad electoral más claros. Mientras el candidato opositor tenía tres minutos por día, el candidato del gobierno tenía acceso a ilimitadas cadenas televisivas, programas chavistas destinados a atacar sin piedad a la oposición, publicidad de distintos organismos del Estado como un anexo de la propaganda chavista, etc. Todo esto en clara violación a la normativa electoral vigente, que es lo mismo que decir nada en Venezuela, ya que el gobierno es juez y parte, e ir a reclamar al Consejo Nacional Electoral es sinónimo de fracasar con total éxito, ya que ese reclamo naufragará y nunca tendrá consecuencia alguna.

Una campaña de miedo puede, desafortunadamente, ser efectiva. Cuando hablábamos de temor en este punto lo hacemos al temor a perderlo todo alimentado por el gobierno. Quien depende de alguien no es realmente libre, y el estado chavista se ha asegurado de generar las estructuras de clientelismo y de un asistencialismo sin criterio social (sino político) que realmente genera una dependencia que no le deja margen de elegir libremente sino solo en función de sus necesidades inmediatas. Y el gobierno lo sabe, lo genera y lo usufructúa.

El aparato del Estado en Venezuela es tan grande e invasivo que enfrentársele políticamente es tan valiente como difícil. Es como enfrentarse a un monstruo de dos cabezas, donde por un lado está la cabeza “institucional” del Estado y por otro la del Partido Socialista Unido de Venezuela, pero ambas comparten el mismo cuerpo, instrumentos, recursos humanos y económicos, que no dudan en utilizar sin ningún tipo de reparo entremezclando funciones y recursos públicos al servicio de fines privados.

Vale que nos detengamos a analizar otros factores que no aseguran una competencia justa. Aquella independencia de poderes de la que hablaba Montesquieu brilla por su ausencia en Venezuela. Existe una Suprema Corte de Justicia clara y públicamente identificada con el chavismo, altos mandos militares identificados con el chavismo, un Consejo Nacional Electoral embanderado a tal punto con el chavismo que se llegó a decir por una de sus representantes que la separación de poderes debe suplantarse por la colaboración de poderes, desconociendo uno de los pilares básicos y fundamentales de cualquier democracia.

Mucho se habló de las garantías electorales que ofrecía el nuevo sistema de voto electrónico. Lo dijimos antes del 7 de octubre y lo ratificamos después que las inequidades y atropellos no están en el sistema de votación, están antes, esto es a través del uso y abuso de recursos públicos al servicio del proselitismo y de la movilización de votantes. El sistema es seguro por varios motivos: las maquinas fueron utilizadas antes y se comprobó su utilidad y seguridad; la oposición está muy bien organizada y cuenta con equipos técnicos de primera para realizar auditorías; la oposición apoya y legitima el sistema; la máquina expide una tirilla donde dice qué votó y que se deposita en la urna para cotejar posteriormente con el resultado de la máquina; la existencia de miles de testigos de la oposición en las mesas de votación de todo el país; concurrencia de acompañantes y periodistas internacionales que observaron y cubrieron periodísticamente la elección; es decir que la atención y vigilancia estuvieron asegurados. Los ojos del mundo estuvieron en Venezuela el 7 de octubre, donde no hubo fraude electoral ese día, pero sí una desigualdad tan grande de recursos y posibilidades que torna ese triunfo del chavismo en una victoria cuantitativa pero sin ser justa y emanada de una competencia libre y competitiva.

Notoria fue también la diferencia en la temática discursiva de los candidatos. Por un lado Chávez apuntó a profundizar el socialismo y la revolución bolivariana, sin escatimar en ataques al imperialismo, la burguesía, el neoliberalismo y la oligarquía (vínculos y características que endosó a su contendiente en todo momento). Por otro lado Capriles eligió un discurso enfocado en los temas que preocupan hoy en día a los venezolanos sin importar partidos e ideologías. Habló de trabajar para erradicar los permanentes cortes de energía eléctrica que sufren los venezolanos, de corregir el fenómeno hiperinflacionario que aqueja ese país, de dar respuesta a la inseguridad ciudadana que se ha llevado 150.000 venezolanos en 12 años, en mejorar la productividad petrolera ya que no se llegan a dos millones de barriles por día cuando antes se producían más de tres millones y de mejorar el acceso a agua potable que tanta falta hace a los venezolanos. Como se ve, discursos bien distintos, que más allá de diferenciarse en el contenido se diferenciaron en el tono, donde el candidato del gobierno no escatimó en insultos y ataques, y el retador –por estrategia pero por estilo también- adoptó un tono conciliador y de esperanza para el futuro, sin diferencias entre venezolanos y apuntando a la unidad.

Llama la atención el llamado a la concordia por parte de Chávez el día que se supieron los resultados, cuando la campaña estuvo signada por calificativos de su parte hacia Capriles del calibre de “la nada”, “majunche”, dudando de su sexualidad, tratándolo de judío, pero también de nazi. Es llamativo, obviamente, pero claro que a nadie asombra a esta altura de los hechos una conducta de estas características, lamentablemente, ya que la costumbre se transforma a veces en tolerancia y hace tomar como “normales” la agresión y la discriminación como herramientas en la batalla política.

Los días previos a la elección se respiraba un aire distinto, por primera vez en catorce años existía la posibilidad de alternar en el poder. Por esa extraña sensación subjetiva que otorga la esperanza pero también por datos objetivos como el de que en la última oportunidad que se midieron oposición y gobierno en las parlamentarias de 2010 la primera ganó por 500.000 votos, o por el hecho de la fortaleza en Estados claves como Caracas, Miranda, Zulia, Carabobo, Táchira y Lara, o por el hecho de que Henrique Capriles creció diez puntos porcentuales en dos meses. Todo esto hacía suponer un cambio de rumbo, que a la postre no se concretó.

Pero se puede ver el vaso medio lleno o medio vacío. Se puede hacer una lectura pesimista u optimista. Personalmente prefiero las segundas opciones. El chavismo obtuvo 8.136.964 votos (55,25%) y la alternativa obtuvo 6.499.575 (44,13%). Mientras que el primero creció alrededor de 600.000 votos en los últimos seis años, los segundos crecieron 2.200.000 votos aproximadamente. Así que podemos apreciar en forma tan clara como esperanzadora la evolución de los espacios políticos que compitieron. Y esto sin olvidarnos de la diferencia de recursos, y el abuso de poder que analizamos en este artículo. Efectivamente el modelo alternativo al chavismo no ganó esta elección, pero no fue ni remotamente derrotado. Derrotado está quien se rinde, quien abandona ideales o quien deja al lado del camino la esperanza. Y eso aquí no sucedió.

Cuando dejaba Venezuela para volver a mi país, me dispuse a leer un libro que contenía algunos documentos históricos que plasmara Simón Bolívar, y encontré un párrafo del Manifiesto de Cartagena, del 15 de diciembre de 1812, que me pareció que pintaba una situación y auguraba un futuro cuando expresaba que «Es una verdad militar que solo ejércitos aguerridos son capaces de sobreponerse a los primeros infaustos sucesos de una campaña. El soldado bisoño lo cree todo perdido, desde que es derrotado una vez, porque la experiencia no le ha probado que el valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna». Sabias palabras del Libertador, que llevadas al ámbito de las competencias electorales tiene gran vigencia.
La libertad, el valor, la esperanza y el futuro está del lado de la alternativa en Venezuela. Queda camino por recorrer, y los llevará al buen puerto de la plena y vigorosa democracia venezolana sin dudas. Porque hay un camino, más largo tal vez del que muchos esperábamos, pero con rumbo claro y paso firme lo recorrerán.



* Diego es Abogado. Profesor de Ciencias Políticas. Legislador por el Departamento de Maldonado, Uruguay.
@echeverriadiego