Honduras: Honduras: las elecciones de la transición política

Por Salvador Romero Ballivián

 

Honduras celebró el 24 de noviembre de 2013 la elección presidencial que marcó el inicio de una transición política cuyos alcances no se encuentran todavía establecidos.

En efecto, Honduras se singularizó a principios del siglo XXI en América Latina por el vigor y el enraizamiento de un bipartidismo centenario. En todas las elecciones desde el retorno a la democracia hasta la de 2009 incluida, el Partido Nacional (PN) y el Partido Liberal (PL) totalizaban juntos más del 95% de los votos, dejando el resto a los otros tres partidos (Democracia Cristiana, PDC; Unificación Democrática, UD, e Innovación y Unidad, PINU). Los presidentes provinieron exclusivamente de una u otra formación.

Sin embargo, ese sistema conoció una severa crisis en 2009, pues el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya, el día que organizaba una consulta sobre la convocatoria a una Asamblea Constituyente, provocó un cisma en el PL, entre los partidarios y los detractores del mandatario depuesto. En la presidencial de ese año, celebrada en un ambiente tenso, la división del liberalismo facilitó el triunfo del candidato nacionalista Porfirio Lobo. La crisis desató un terremoto que fue más allá del quiebre del liberalismo: dejó una sociedad dividida y polarizada, e introdujo con inusual fuerza el debate ideológico.

El Gobierno de Lobo logró en el Acuerdo de Cartagena (2011) las condiciones para el retorno político y jurídico de Zelaya a Honduras, que constituyó un paso previo decisivo para la vuelta plena de Honduras a la comunidad internacional, simbolizada por la readmisión del país en la Organización de Estados Americanos (OEA). En otros campos, el balance de la administración resultó menos halagador, y al final de su gestión, la ciudadanía identificó como prioritarios los mismos desafíos que al inicio.

 

Primero, la seguridad ha continuado degradándose, al punto que la tasa de homicidios ha rebasado la línea de 80 por cada 100.000 habitantes, una de las peores del mundo, alimentada por la presencia del narcotráfico en la costa norte, de las maras y pandillas en las ciudades grandes, y una delincuencia ordinaria particularmente violenta. Luego, los niveles de crecimiento económico han sido modestos y no han permitido mejoras significativas en el empleo, los ingresos, ni tampoco en la reducción de los elevados niveles de desigualdad. Por último, los ciudadanos tendieron a percibir como alarmantes los índices de corrupción en el Estado, lo que agravó la crisis de confianza en las instituciones y sus conductores, y aumentó la expectativa de cambios.

La elección de 2013 se realizó con esas inquietudes como telón de fondo y una renovada y ampliada oferta política que, desde la campaña, presagió el final del bipartidismo histórico. La escisión del liberalismo, con el refuerzo de grupos de izquierda, tradicionalmente de limitado peso en la política hondureña, y bajo el liderazgo de Zelaya, conformó el partido Libertad y Refundación (Libre). Hizo suya la bandera del cambio y prometió la Asamblea Constituyente, aunque con mínimas referencias al modelo venezolano. Ante la prohibición absoluta de reelección, el partido postuló como candidata presidencial a Xiomara Castro, esposa de Zelaya.

Desde fuera de la arena partidaria, Salvador Nasralla, el más conocido periodista hondureño, fundó el Partido Anticorrupción (PAC). El novel político denunció la corrupción y, de manera más general, prometió una renovación completa de la política. Otras dos organizaciones, de proyección más reducida, se formaron: la Alianza Patriótica, del exgeneral Romeo Vásquez, que dirigía las Fuerzas Armadas en el momento del derrocamiento de Zelaya; y el Frente Amplio de la Resistencia Popular (FAPER) de Andrés Pavón, conocido por sus posiciones de defensa de los derechos humanos (en 2013, se presentó como candidato conjunto por FAPER y UD).

Estos partidos compitieron contra los dos partidos históricos de Honduras, que eligieron sus candidatos en 2012 en unas internas muy disputadas con padrón abierto. El PN presentó a Juan Orlando Hernández, presidente del Congreso. Sin desmarcarse del gobierno, centró su oferta en las ventajas de la Policía Militar para entrar en sintonía con la prioritaria demanda de seguridad. El PL llevó a Mauricio Villeda, hijo del más importante presidente liberal del siglo XX, que se colocó como abanderado de la honestidad. Completaron el cuadro los candidatos Jorge Aguilar de PINU y Orlé Soliz del PDC.

La campaña electoral contrapuso dos agendas. Una fue promovida por Libre e insistió en la necesidad del cambio, cuya encarnación primera sería la Asamblea Constituyente. Correspondió a una alta expectativa de renovación expresada por la ciudadanía, insatisfecha con el statu quo. La otra fue planteada por el PN que apuntó a aumentar la presencia militar en las calles para reducir la inseguridad, contraponiéndola a la voluntad de Libre de replegar a los militares y procurando asociar la candidatura de Castro con el chavismo para generar temor ante un eventual gobierno de Castro. En ese escenario cada vez más polarizado, las candidaturas de Villeda y de Nasralla tuvieron complicaciones para adquirir peso, e incluso Villeda terminó apelando al sentimiento del liberalismo para recuperar el voto histórico del partido.

La elección probó el éxito de la estrategia de Juan O. Hernández del PN, ganador con 34% (datos con dos tercios de las actas procesadas). El nacionalismo aprovechó su unidad frente a la división de su tradicional adversario y a pesar del desgaste de la gestión, logró conservar la Presidencia. Asimismo, cosechó los frutos de su énfasis en el tema de seguridad con una oferta percibida como concreta y clara. El segundo lugar lo ocupó Xiomara Castro con 28.9%. Libre canalizó una parte de la ambición de cambio latente en la sociedad pero que no logró convencer en sectores temerosos de las acciones que podría adoptar en el Gobierno a pesar del tono moderado de su campaña. El PL con Villeda reunió 20.7% y se colocó en tercer lugar, apoyándose sobre las estructuras y el electorado del liberalismo clásico, pero golpeado por la fractura del ala más progresista. Salvador Nasralla del PAC quedó en la cuarta casilla con 15.6%, y por detrás se colocaron cinco partidos que no superaron la barrera del 1%.

Los resultados electorales dejaron, al menos, tres grandes lecciones políticas. La primera, la participación electoral remontó, situándose alrededor del 61%, en alza de una decena de puntos con respecto a 2009 y sobre todo invirtiendo la tendencia declinante de los últimos tres lustros.

Los votantes se sintieron convocados por la oferta ampliada y una discusión más pronunciada sobre los modelos de sociedad. Sin embargo, la participación aún permanece en la franja baja de América Latina y la rutina de elecciones periódicas no ha disipado una recurrente sensación de desconfianza de la ciudadanía en la transparencia de los comicios.

La segunda es que la elección marcó el final del bipartidismo hondureño, no sólo porque el PL quedó relegado al tercer lugar, sino porque entre los dos primeros partidos bordearon los dos tercios, lejos del 95% que habitualmente conseguían los dos primeros candidatos. Fue, además, el peor desempeño histórico de los partidos tradicionales.

Finalmente, el nuevo presidente comenzará su gestión con retos significativos, con el Congreso más fragmentado de la historia hondureña, en el cual la bancada oficialista tendrá aproximadamente un tercio de los escaños, y con un sistema partidario y político en renovación, en una muda que ha tenido en la presidencial de 2013, uno de sus hitos más importantes, pero no el único ni el último. La presidencial de 2013 fue sólo la elección de la transición hacia un sistema electoral, partidario y político que se rediseñará en los próximos años.

 

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*Director residente del National Democratic Institute

Publicada originalmente en Revista Perspectiva, el 28 de noviembre de 2013