Hace unos meses escuché al profesor James A. Robinson, de Harvard University, coautor, junto a Daron Acemoglu, del libro ¿Por qué fracasan las naciones? En la conferencia se refirió a la Argentina y trataba de explicar su situación. Hablaba de instituciones «extractivas» (por ejemplo, monopolios) que eliminan incentivos y oportunidades, en vez de estimularlas a través de instituciones «inclusivas». Explicaba también que las «instituciones económicas inclusivas» son generadas por «instituciones polÃticas inclusivas».
Los aspectos fundamentales para crear estas últimas son dos. Primero, una amplia distribución del poder polÃtico en la sociedad (frente a otro muy concentrado) y, segundo, un Estado central efectivo (frente a uno débil y muy burocrático), capaz de defender y proteger a sus ciudadanos.
Ambos aspectos generan prosperidad frente a las instituciones extractivas que generan pobreza. Al analizar nuestro paÃs decÃa que en las instituciones del Estado, sólo el 35% del personal accedÃa por mérito, mientras el 65% era de origen «polÃtico», lo que generaba instituciones poco eficaces y muy politizadas. De este modo existe una falta de reglas claras que incentiven, permitiendo la «inclusividad», frente a la discrecionalidad del clientelismo.
¿Qué falta para poder cambiar? Robinson cita algunos ejemplos históricos de Europa y América, donde esto se hizo posible gracias a una gran y extendida coalición de trabajadores y empresarios, terratenientes y campesinos, pequeños y grandes agricultores, en orden a cambiar el sistema. ¿Y cuál fue la clave? Nadie iba a recibir favores especiales; todos iban a recibir igual tratamiento. Éste es el verdadero «empoderamiento» del ciudadano corriente. Asà se frenó el clientelismo.
Casi con palabras sencillas podrÃamos decir que es nuestra hora, la hora de todos nosotros, de vernos y sentirnos todos iguales, que el de al lado es mi hermano, mi compañero, que tiene o deberÃa tener igualdad de oportunidades, de derechos y de obligaciones, como yo y como todos.
Tal vez estemos ante una gran oportunidad para salir del cÃrculo vicioso de la anomia, uno de los defectos caracterÃsticos y dominantes de nuestra sociedad, muy vinculado a un orgullo (claramente desordenado) que parte de la premisa de que cada uno de nosotros es una excepción y que por lo tanto está habilitado para incumplir la ley. Y desde lo más pequeño: no respetar un semáforo en rojo (vehÃculos y peatones), colarse, corromper para evitar cargar con alguna responsabilidad tras una falta. Sentimos que somos especiales y que podemos hacer aquello que juzgarÃamos en caso de que lo hiciera otro.
A pesar de las dificultades, quizás el momento polÃtico que vive el paÃs represente nuestro «Kairós». Tal vez sea el momento adecuado para hacer realidad una gran coalición entre todos los habitantes de esta nación para hacernos responsables, en conjunto, de nuestro futuro.
Parecen oportunas unas palabras que alguna vez nos dedicó José Ortega y Gasset: «Â¡Argentinos, a las cosas!» A hacer, a responsabilizarnos, a comprometernos. Nos lo recuerda Don Quijote: «Cada uno es artÃfice de su propia ventura». Como argentinos, también somos artÃfices de nuestro futuro como nación.
…