A raÃz de una supuesta arista polÃtica en la investigación por fraude tributario del denominado “Caso Pentaâ€, la relación dinero y polÃtica ha cobrado protagonismo en la discusión pública. En primer lugar, habrÃa que señalar que la actividad polÃtica necesita financiamiento; instalar y difundir un mensaje en el espacio público es costoso, como también lo es el despliegue de actividades de proselitismo y reclutamiento. Entonces, la pregunta es ¿quién financia o quién está dispuesto a financiar esta tan cuestionada actividad?
El pleno financiamiento estatal no parece ser una alternativa idónea. Los partidos polÃticos debieran poseer autonomÃa tanto desde el punto de vista de la elaboración de sus ofertas programáticas como de su estructura financiera. La estatización, burocratización, intromisión y cooptación de los partidos por parte del Estado a través de los gobiernos de turno es una amenaza al pluralismo polÃtico; condición necesaria para el funcionamiento de cualquier democracia.
Por otro lado, el financiamiento exclusivamente privado también podrÃa presentar problemas. Las condiciones de igualdad de competencia podrÃan verse distorsionadas por la capacidad financiera de cada agrupación, de ahà que existan mecanismos de aporte estatal a fin de establecer un piso mÃnimo de igualdad entre los actores en competencia. La experiencia muestra que estos aportes se materializan en reembolsos contra votos obtenidos, o en aportes basales. Sin embargo, vale la pena preguntarse si como sociedad estamos dispuestos a financiar con cargo a rentas generales cualquier tipo de actividad desarrollada por los partidos polÃticos. Una respuesta inteligente a esta interrogante es el diseño de aportes condicionados -que no excedan un monto más allá del 20% del total de ingresos de la agrupación, a efectos de conservar autonomÃa- a la generación de estándares mÃnimos de transparencia y buenas prácticas como la formación de juventudes y cuadros polÃticos. En definitiva, se trata de financiar “bienes públicos†y no despilfarrar recursos de todos los compatriotas en gastos discrecionales asociados a la actividad polÃtica.
La experiencia internacional muestra que los sistemas mixtos de financiamiento de la actividad polÃtica son los que han sido capaces de calibrar de mejor manera los principios que están detrás de la relación entre dinero y acción polÃtica: transparencia, participación, autonomÃa y competencia en el sistema polÃtico. Entiéndase por sistema mixto la posibilidad de combinar aportes privados (empresas), estatales (contra generación de bienes públicos) y ciudadanos (personas naturales).
Se debe partir de la premisa que el aporte en dinero a una campaña polÃtica es una forma más de participación polÃtica. Asà tan legÃtimo como protestar, o marchar, el financiar una campaña es una dimensión más de la libertad de expresión, de ahà que la normativa deba poseer un enfoque que estimule la participación de personas naturales en el financiamiento de campañas. Pero durante las últimas semanas, ha sido muy difundida -e incluso materializada en una indicación al proyecto de reforma electoral- la idea de suprimir el sistema de aportes reservados. Se trata de una mala idea. El aporte reservado es una forma de eliminar todo medio de prueba verificable que pueda ser empleado como instrumento de extorsión entre el financista y el financiado. En segundo término, es también, un instrumento que asegura la salvaguardia del legÃtimo derecho a mantener en reserva la preferencia polÃtica. Si existiera total transparencia de financistas -sobre todo pequeños-, situaciones como persecuciones, acosos y extorsiones por preferencias polÃticas serÃan pan de cada dÃa en diversos ámbitos de la vida social. Y, por ende, los incentivos a contribuir con dinero a una campaña se reducirÃan.
¿Prohibir las donaciones de empresas? Tampoco parece ser una medida correcta. Se argumenta que éstas no votan, ergo, no debieran financiar campañas. Bueno, las empresas tampoco practican atletismo ni participan de obras teatrales, pero sà se les permite contribuir en campañas deportivas y culturales. En definitiva, se trata de que éstas puedan desplegar una dimensión asociada a su función social dentro de una sociedad, materializada en la generación de bienes públicos, y tener una “buena polÃtica†por cierto que es un bien público.
Si la coyuntura permite perfeccionar ciertos aspectos de la normativa vigente, en buena hora, pero si algo ha demostrado la experiencia internacional en la materia, es que los enfoques estrictamente prohibicionistas y las legislaciones sobre la marcha de la contingencia sin un verdadero análisis de las alternativas en disputa no han dado resultado.
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Publicada originalmente en El LÃbero, el 12 de octubre de 2014