Si fuera un estadista sereno advertirÃa que en Ecuador no hay consenso para su «revolución ciudadana»
El presidente Rafael Correa convocó a un referéndum para cambiar a Ecuador y acabó descubriendo que quien debe cambiar es él. Cuando redacto estos papeles no se sabe si ganó o perdió la consulta (probablemente triunfó por los pelos), pero lo importante ha sido confirmar que el paÃs está dividido a la mitad, lo que anula la suposición de que sólo lo adversan los «pelucones» de la burguesÃa urbana.
No era cierto: en esa mitad que votó en su contra necesariamente hay cientos de miles de ecuatorianos de los niveles sociales más pobres, incluidos muchos indÃgenas, y un gran sector de la clase media. Correa no ignora, además, que si en el cómputo se tienen en cuenta las boletas anuladas o en blanco -es decir, electores que no respaldaban sus propuestas-, como suele ser la regla en ese tipo de comicios, habrÃa salido claramente derrotado. Cambió las reglas para beneficiarse.
Si Correa fuera un estadista sereno advertirÃa que en el paÃs no hay consenso para su «revolución ciudadana», en la medida en que tras esa etiqueta se esconde el propósito de dotar al presidente de unos poderes ilimitados. La inmensa mayorÃa de los ecuatorianos seguramente está de acuerdo con él cuando afirma que el poder judicial está podrido -como prácticamente todo el aparato estatal-, pero la forma de adecentarlo no es entregarle toda la autoridad al Ejecutivo para que haga lo que le da la gana. El paÃs no quiere jueces venales, pero tampoco quiere que el Presidente asuma los otros poderes que equilibran y dan sentido y forma a la estructura republicana.
La mitad de los ecuatorianos tampoco está de acuerdo en controlar las informaciones y las opiniones que vierte la prensa. De eso se encarga el consumidor con su preferencia diaria. Si no le gusta el periódico, no lo compra. Si no le gusta la estación de TV o de radio, simplemente, cambia de canal. Lo que no es de recibo es que el Presidente, obcecado por su naturaleza colérica, demande judicialmente a los periodistas que lo critican, encarcele a los ciudadanos que le enseñan el dedo medio en señal de desaprobación, y pretenda convertir a los medios de comunicación en un amable coro de sicofantes.
La función del Estado no es vigilar a la prensa sino al revés. Lo grave no es que los accionistas de un diario lo sean también de una cementera o de una fábrica de tornillos, sino que el Estado controle medios de comunicación en donde jamás van a investigar la actuación de los funcionarios públicos y mucho menos condenar al Presidente. Ahà sà existe un enorme conflicto de intereses que no es tolerable en una sociedad realmente moderna y progresista.
Para entender lo que pretende hacer el presidente Correa -y ojalá desista tras los resultados del referéndum- es demoler los cimientos de la «democracia liberal» y sustituirlos por una «democracia dictatorial».
No estoy jugando con las palabras. La democracia liberal es el tipo de Estado en el que la masa consiente en ser gobernada si constitucionalmente se protegen los derechos individuales, incluido el de propiedad, si se establece una división de poderes que limita la autoridad de los mandatarios, y si existe una economÃa de mercado en la que la función de producir recae, fundamentalmente, en la sociedad civil. O sea, el modelo de convivencia que encontramos en los treinta paÃses más desarrollados y felices del planeta.
En cambio, la democracia dictatorial, descrita y defendida por el dominicano Juan Bosch en un ensayo de 1969 titulado «Dictadura con respaldo popular», revivida por Chávez en el llamado socialismo del siglo XXI, con antecedentes remotos en el despotismo ilustrado de los siglos XVII y XVIII, es un tipo de Estado en el que la autoridad, ejercida por un caudillo excepcional legitimado en las urnas por una mayorÃa que abdica de sus derechos y del control de sus vidas, se le impone a la masa, supuestamente para su gloria y beneficio, algo que casi nunca sucede en la práctica, porque los 30 pueblos más pobres y desdichados del planeta caen, precisamente, en esa categorÃa.
¿Rectificará el presidente Correa? Ojalá, pero me temo que no. Estamos ante un problema de deformación del carácter. Sé que la conducta se puede transformar, pero para ello el sujeto tiene que estar avergonzado de ciertos comportamientos negativos y no hay sÃntomas de que Correa sea capaz de asumir humildemente una visión autocrÃtica. No está en su naturaleza.
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* Carlos Alberto Montaner es uno de los periodistas más leÃdos del mundo hispánico. La revista Poder calculó en seis millones los lectores que semanalmente se asoman a sus columnas y artÃculos, reproducidos en docenas de diarios y revistas. Ha publicado unos veinticinco libros de ensayos y narraciones. Divide su tiempo entre Madrid y Miami.
Fuente:Â www.firmaspress.com, 13 de mayo de 2011
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